AYUNO
Son muchas las costumbres
y prácticas sociales que, en pocos años, han quedado superadas
por el ritmo de la vida moderna. Hoy sólo sirven para el recuerdo divertido
y el comentario jocoso. Algo de esto sucede con el ayuno y la abstinencia. ¿Quién
se atreve a proponer seriamente algo tan anacrónico?
Sin embargo, el ayuno sigue teniendo una curiosa vigencia en la actual sociedad.
Pocas veces se han observado dietas tan severas para eliminar la obesidad, cuidar
la silueta o prevenir problemas de salud. Por otra parte, ¿quién
se burla de los que hacen «huelga de hambre» como signo de protesta
o gesto de presión en favor de causas justas?
Lo importante en estas cosas es no olvidar el valor original y la sabiduría
que encierran. Estoy convencido de que introducir ayuno y austeridad en nuestra
vida individual y colectiva no es ninguna necedad. Al contrario, puede ser remedio
eficaz para más de una enfermedad.
Naturalmente, lo primero es aclarar que no se trata de «mortificar»
el cuerpo porque sí, ni de matar en nosotros el gusto por la vida y el
disfrute agradecido de las cosas. Es lo contrario.
Liberarnos de aquello que nos impide ser dueños de nosotros mismos para
disfrutar de una vida sana y humana.
Quien vive de forma sobria, mantiene una libertad crítica frente a los
reclamos insanos de la cultura consumista. Se hace más sensible hacia
quienes sufren necesidad, y más disponible para la ayuda solidaria. Le
resulta más fácil cultivar la vida del espíritu y abrirse
a la dimensión trascendente de la existencia.
Cada uno sabrá cómo introducir en su vida más ayuno y austeridad.
Algunos necesitan urgentemente moderar sus comidas y no caer en el exceso de
alcohol y tabaco. A otros les haría bien ser menos esclavos de la publicidad
y liberarse de cosas superfluas que asfixian su vida. Algunos necesitarían
«ayunar» de tanta televisión y romper su dependencia del
mando a distancia. Otros, renunciar a un estilo de «fin de semana»
agotador y frustrante.
Pero lo importante no es ayunar, sino acertar a alimentarse bien. De ahí
la máxima evangélica: «No sólo de pan vive el hombre.
» Es necesario también el silencio, la reflexión, la apertura
a la naturaleza, el arte, la oración. Para el creyente, es vital la escucha
de la Palabra de Dios.
Los cristianos comenzamos estos días un tiempo litúrgico que se
llama «cuaresma». Es un tiempo en el que nos esforzamos por cuidar
más nuestra comunicación con Dios, la escucha del Evangelio y
la conversión a Cristo. No tiene por qué ser un tiempo triste
y sombrío. Al contrario, es un tiempo de renovación que nos llevará
a vivir la Pascua «resucitando» a una vida nueva.
ESCAPAR DE DIOS
Escapar de Dios ha sido siempre la gran tentación de muchos hombres.
Paul Tillich llega a decir que «el hombre que jamás ha intentado
huir de Dios, es el que jamás tuvo experiencia del Dios que es realmente
Dios».
Pero, en la sociedad moderna, son muchos los que reprimen, incluso, la pregunta
misma sobre Dios y ahogan, de diversas maneras, todo planteamiento religioso.
Bastantes se han creado «pequeños dioses» que llenan sus
vidas y con quienes conviven con cierta tranquilidad, aun sin poder ahuyentar
del todo una vaga sensación de insatisfacción y tristeza.
Otros viven siempre «ocupados», siempre forjando planes, siempre
metidos en preparativos, siempre huyendo de lo más profundo de sí
mismos, evitando con cuidado cualquier posible encuentro con Dios.
En el fondo, nos resistimos a que Alguien conozca lo que somos y lo que hacemos.
Intentamos ocultar las profundidades de nuestra alma a nuestros propios ojos.
No podemos soportar un Dios que sea realmente Dios y nos sondee hasta los rincones
más oscuros de nuestro ser.
Por eso, son bastantes los que protestan silenciosamente contra ese Dios, desean
que no exista, lo rebajan hasta el nivel de las cosas dudosas y huyen hacia
el ateismo.
Pero, ¿existe algún refugio último que nos aísle
y «defienda» de Dios? ¿No estamos sostenidos y contenidos
por algo que es mayor que nosotros mismos, que abarca nuestra vida y nuestra
muerte y que está exigiendo nuestra respuesta?
Por un tiempo, podremos arrojarlo de nuestra conciencia, rechazarlo de mil maneras,
refutarlo, buscar razones para convencernos de que no existe, vivir confortablemente
sin él. Pero, ¿escapa uno de Dios sólo porque trata de
olvidarlo?
Sin atrevernos a confesarlo públicamente, ¿no seremos los hombres
y mujeres de hoy unos «reprimidos religiosos»?
El relato de las tentaciones de Jesús nos invita a hacernos una pregunta
decisiva: ¿Cuál es la manera más humana de enfrentarse
a la pregunta sobre Dios? ¿Huir de él o buscarlo?
Según Jesús, no se trata de huir de Dios sino de descubrir su
presencia amistosa y el rostro de infinita bondad de un Dios que no es nuestro
rival, sino el fondo mismo de nuestra fuente creadora de nuestro existir, el
destino último al que tendemos misteriosamente.
Muchos de nuestros contemporáneos saben en lo secreto de su corazón
que necesitan «reconciliarse» con Dios.
¿HAY QUE SEGUIR ASÍ?
No sólo
de pan vive el hombre
Lo propio de nuestra «sociedad consumista» es que no sólo
consumimos lo necesario para la vida, sino que consumimos sobre todo y fundamentalmente
bienes superfluos. Éste es el hecho esencial que mueve básicamente
la política y la economía. Lo importante es «aumentar el
crecimiento» y «subir el nivel de consumo». Es lo que esperan
unánimemente todos los ciudadanos.
Todo gira en torno a este consumo de bienes superfluos. Los individuos han aprendido
a cifrar su éxito, su felicidad y hasta su personalidad en poseer tal
modelo de coche o vestir con tal marca. Es el modo natural de vivir. En este
consumo «vivimos, nos movemos y existimos».
Pero, ¿sabemos lo que estamos haciendo?, ¿queremos seguir consumiendo
de esta manera?, ¿es éste el mejor estilo de vida en una sociedad
progresista?, ¿no nos interesa cambiar y humanizar un poco más
nuestra vida?
Tal vez, lo primero es tomar conciencia de lo que estamos haciendo. Es un primer
paso, pero importante. ¿Por qué compro tantas cosas?, ¿es
para estar a la altura de los amigos y conocidos?, ¿para demostrarme
a mi mismo y a los demás que soy «alguien»?, ¿para
que se vea que he triunfado?
Podemos preguntarnos también si somos libres o esclavos. ¿Soy
dueño de mis decisiones o compro lo que me dicta la publicidad?, ¿adquiero
lo que me ayuda a vivir de manera digna y dichosa o estoy llenando mi vida de
cosas inútiles?, ¿sé boicotear anuncios que tratan de manipularme
de manera torpe y degradante o soy uno de esos «esclavos satisfechos»
que presumen de tal o cual marca?
Nos hemos de preguntar, sobre todo, si este consumismo tan irresponsable nos
parece justo. Ya nada es bastante para vivir bien. Seguimos creando y creando
necesidades siempre nuevas, y nunca nos sentimos satisfechos. Mientras tanto,
millones de seres humanos no tienen lo necesario para sobrevivir. ¿Qué
pensar de todo esto? ¿No es injusto y estúpido?
«No sólo de pan vive el hombre». Estas palabras
de Jesús no son una exhortación piadosa para creyentes. Encierran
una verdad que necesitamos escuchar todos.
ESTROPEAR
LA VIDA
Es lamentable ver con qué facilidad nos dejamos arrastrar por costumbres
y modos de vivir que se implantan poco a poco en nuestra sociedad, vaciando
de su verdadero contenido las experiencias más nobles y gozosas del ser
humano.
Pensemos, por ejemplo, en lo que ha venido en llamarse la cultura del «tírese
después de usado», que tiende a imponer entre nosotros todo un
estilo de vida. Una vez de usar un producto, hay que buscar rápidamente
otro nuevo que lo sustituya.
Esta cultura puede estar configurando nuestra manera de vivir las relaciones
interpersonales. De alguna manera, se introduce la tentación de «usar»
a las personas para desecharlas cuando ya no interesan.
Lo podemos constatar diariamente: amistades que se hacen y deshacen según
la utilidad; amores que duran lo que dura el interés y la atracción
física; esposas y esposos abandonados para ser sustituidos por una relación
más excitante.
No siempre somos conscientes de cómo podemos estropear nuestra vida cuando
damos culto a modas y estilos de vivir que terminan por deshumanizarnos.
Es una equivocación vivir esclavos del dinero, del éxito profesional,
del prestigio social o de cualquier otro ídolo, sacrificándoles
todo: el descanso, la amistad, la familia, la vida entera.
Cuántas personas, al pasar los años, lo constatan secretamente
en su interior. Ganan cada vez más dinero, tienen prestigio, han logrado
lo que perseguían, pero se sienten cada vez más solas y frustradas.
Su vida se ha llenado de cosas, pero ha quedado vacía de amistades verdaderas.
Saben competir y luchar, pero no saben dar ni recibir amor. Dominan las situaciones
más difíciles, pero no aciertan a crecer como personas.
La advertencia de Jesús siempre será de actualidad: «No
sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca
de Dios». No basta alimentar la vida de dinero, prestigio, poder
o sexo. Lo sepa o no, el hombre necesita amar y ser amado, perdonar y ser perdonado,
acoger y ser acogido.
No le basta al ser humano escucharse a sí mismo y alimentar egocéntricamente
sus propios intereses. Necesita abrirse a Dios y escuchar las exigencias y las
promesas del amor.
La conversión no es una práctica ya en desuso que hay que recordar
en tiempos de cuaresma. Es la orientación nueva de toda nuestra vida,
el cambio de rumbo que necesitamos para vivir de manera más sana sin
estropear todavía más nuestra persona.
J. A. Pagola