11 de septiembre de 2011 - 24 Tiempo ordinario (A) - Mateo 18, 21-35
Pedro se acerca ahora a Jesús con un
planteamiento más práctico y concreto que les permita, al menos,
resolver los problemas que surgen entre ellos: recelos, envidias,
enfrentamientos, conflictos y rencillas. ¿Cómo tienen que actuar en
aquella familia de seguidores que caminan tras sus pasos. En
concreto: «Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que
perdonar?».
Antes que Jesús le responda, el
impetuoso Pedro se le adelanta a hacerle su propia sugerencia:
«¿Hasta siete veces?». Su propuesta es de una generosidad muy
superior al clima justiciero que se respira en la sociedad judía. Va
más allá incluso de lo que se practica entre los rabinos y los
grupos esenios que hablan como máximo de perdonar hasta cuatro
veces.
Sin embargo Pedro se sigue moviendo en el plano de la casuística
judía donde se prescribe el perdón como arreglo amistoso y
reglamentado para garantizar el funcionamiento ordenado de la
convivencia entre quienes pertenecen al mismo grupo.
La respuesta de Jesús exige ponerse
en otro registro. En el perdón no hay límites: «No te digo hasta
siete veces sino hasta setenta veces siete». No tiene sentido llevar
cuentas del perdón. El que se pone a contar cuántas veces está
perdonando al hermano se adentra por un camino absurdo que arruina
el espíritu que ha de reinar entre sus seguidores.
Entre los judíos era conocido un "Canto de venganza" de Lámek, un
legendario héroe del desierto, que decía así: "Caín será vengado
siete veces, pero Lámek será vengado setenta veces siete". Frente
esta cultura de la venganza sin límites, Jesús canta el perdón sin
límites entre sus seguidores.
En muy pocos años el malestar ha ido
creciendo en el interior de la Iglesia provocando conflictos y
enfrentamientos cada vez más desgarradores y dolorosos. La falta de
respeto mutuo, los insultos y las calumnias son cada vez más
frecuentes. Sin que nadie los desautorice, sectores que se dicen
cristianos se sirven de internet para sembrar agresividad y odio
destruyendo sin piedad el nombre y la trayectoria de otros
creyentes. Necesitamos urgentemente testigos de Jesús, que anuncien
con palabra firme su Evangelio y que contagien con corazón humilde
su paz. Creyentes que vivan perdonando y curando esta obcecación
enfermiza que ha penetrado en su Iglesia.
José Antonio Pagola